Se desangran en mí,
las horas lejos de la vida.
No poseo los rostros idos
para siempre.
Las manitas hambrientas.
El vientre abultado.
Las pestes que acechan.
Esas pequeñas almas vendidas.
Por nada, por nada, por nada.
Sólo han de encontrar.
El suelo sucio de cuna,
el hambre y el miedo de escoltas,
el abrazo incesante del frío.
¡Qué refugio más que una droga
que aplaque el dolor!
La ausencia de un futuro,
la inexistencia del origen.
No hay navidad, no hay cumpleaños.
No hay.
Sólo son constantes.
La falta de rumbo.
El estómago vacío.
Las manos sucias.
La violencia en la próxima esquina.
El abusador.
El sexo asesino.
La ropa desgarrada.
Los zapatos abiertos.
Los signos de los carteles, que no se pueden leer.
Esos centenares de rostros extraños,
que nunca miran,
apresurados,
se hacen los que no miran,
(cuando en verdad no sienten más que vergüenza).
Esos millones de seres vestidos de gris
que comen,
que trabajan y ahorran,
que venden, compran, consumen,
amontonan, despilfarran,
pierden egoístamente,
se auto compadecen,
educan, leen, enferman,
y mueren,
sin mirar, ni recordar,
que esos seres vagabundos,
a medio crecer,
vacíos de todo,
sin sueños,
sin amor de nadie,
con única pertenencia la calle,
la lluvia, la furia.
Aquellos tirados en las estaciones,
con la mano roñosa y abierta,
sin identidad,
sin historia,
sin nada material para robárseles,
eran también
sus propios hijos.
las horas lejos de la vida.
No poseo los rostros idos
para siempre.
Las manitas hambrientas.
El vientre abultado.
Las pestes que acechan.
Esas pequeñas almas vendidas.
Por nada, por nada, por nada.
Sólo han de encontrar.
El suelo sucio de cuna,
el hambre y el miedo de escoltas,
el abrazo incesante del frío.
¡Qué refugio más que una droga
que aplaque el dolor!
La ausencia de un futuro,
la inexistencia del origen.
No hay navidad, no hay cumpleaños.
No hay.
Sólo son constantes.
La falta de rumbo.
El estómago vacío.
Las manos sucias.
La violencia en la próxima esquina.
El abusador.
El sexo asesino.
La ropa desgarrada.
Los zapatos abiertos.
Los signos de los carteles, que no se pueden leer.
Esos centenares de rostros extraños,
que nunca miran,
apresurados,
se hacen los que no miran,
(cuando en verdad no sienten más que vergüenza).
Esos millones de seres vestidos de gris
que comen,
que trabajan y ahorran,
que venden, compran, consumen,
amontonan, despilfarran,
pierden egoístamente,
se auto compadecen,
educan, leen, enferman,
y mueren,
sin mirar, ni recordar,
que esos seres vagabundos,
a medio crecer,
vacíos de todo,
sin sueños,
sin amor de nadie,
con única pertenencia la calle,
la lluvia, la furia.
Aquellos tirados en las estaciones,
con la mano roñosa y abierta,
sin identidad,
sin historia,
sin nada material para robárseles,
eran también
sus propios hijos.
3 comentarios:
Este poema tiene fuerza, razón y un llamado a la reflexión. Amparo es fuerte en sus palabras.
besos
Elisabet
Todos somos parte de todo. Esos hijos son nuestros hijos, humanos que no entendemos.
Buen poema, Amparo. Cariños.
Excelente poema de esta poetisa :))
Liliana
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